Existe un principio sencillo pero poderoso: cuando enseñamos, aprendemos mejor. Esta idea, que a primera vista parece intuitiva, cuenta con respaldo científico y pedagógico. La enseñanza no solo implica transmitir información, también exige organizar ideas, expresarlas con claridad y responder preguntas, lo que profundiza la comprensión y refuerza la memoria.
En el ámbito académico, diversos estudios han demostrado que los estudiantes que explican un
tema a otros recuerdan hasta un 90% de lo aprendido, frente a quienes solo leen o escuchan
pasivamente. Al enseñar, el cerebro establece conexiones más sólidas porque el conocimiento
deja de ser teórico y se convierte en una experiencia activa.
Un ejemplo claro ocurre en la vida universitaria: cuando un estudiante prepara una tutoría para
sus compañeros, debe repasar el contenido, identificar los puntos clave y buscar ejemplos que
faciliten la comprensión. Ese proceso de preparación es, en sí mismo, un mecanismo de
aprendizaje profundo. Lo mismo sucede en entornos profesionales, donde compartir saberes en
charlas, capacitaciones o mentorías no solo beneficia a los demás, sino también a quien enseña.
Además, enseñar promueve habilidades blandas que resultan valiosas en cualquier escenario:
comunicación asertiva, empatía y liderazgo. No se trata únicamente de repetir conceptos, sino de
adaptarlos al contexto del interlocutor, lo que implica creatividad y flexibilidad. En este sentido,
el acto de enseñar se convierte en un ejercicio de autoconocimiento.
En la vida cotidiana también aplicamos este principio sin darnos cuenta. Cuando explicamos a un
familiar cómo usar una aplicación, cuando ayudamos a un compañero de trabajo a entender un
procedimiento o cuando guiamos a un niño con su tarea escolar, reforzamos nuestro propio
dominio del tema.
El aprendizaje basado en la enseñanza no requiere de un escenario formal. Basta con compartir
lo que sabemos en conversaciones, talleres, espacios de voluntariado o incluso en plataformas
digitales. Lo importante es dar ese paso de pasar del “yo sé” al “yo enseño”.
La clave está en perder el miedo a equivocarse. Al enseñar, es posible que surjan dudas o errores,
pero estos también son oportunidades para aprender más y consolidar lo que aún no está claro.
Enseñar no significa ser experto, significa estar dispuesto a crecer junto con otros.
Adoptar este hábito transforma la manera en que adquirimos conocimiento. Cada experiencia de enseñanza se convierte en una inversión que multiplica lo aprendido y genera un impacto positivo en la comunidad.
En este camino, es fundamental contar con redes que potencien estos espacios de aprendizaje
compartido. Coomeva fomenta la cooperación y el crecimiento colectivo, brindando escenarios donde el conocimiento fluye y se convierte en motor de desarrollo personal y profesional.
Enseñar es sembrar, y en comunidad, la cosecha siempre es más abundante.
Referencias
• Fiorella, L., & Mayer, R. (2014). The relative benefits of learning by teaching and teaching expectancy. Contemporary Educational Psychology.
• Sousa, D. (2017). How the Brain Learns. Corwin Press.