Cooperativas: comunidades con propósito que transforman vidas y territorios


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Las cooperativas

En un mundo empresarial dominado por la competencia feroz, la acumulación de capital y la maximización del beneficio individual, las cooperativas emergen como una alternativa poderosa y profundamente humana. Más que organizaciones comerciales, las cooperativas son comunidades con propósito. Su razón de ser va más allá del lucro: buscan generar bienestar colectivo, fortalecer lazos solidarios y promover el desarrollo sostenible de sus asociados y su entorno.

Una cooperativa no se define solo por lo que ofrece, sino por cómo lo ofrece. Su modelo de gestión democrática —un voto por asociado, sin importar el capital aportado— desafía la lógica tradicional del mercado. Aquí, las decisiones no se toman en una sala de juntas cerrada, sino en asambleas abiertas donde cada voz cuenta. Los asociados no son clientes ni empleados, son copropietarios que construyen juntos un proyecto común.


Lo que diferencia radicalmente a una empresa cooperativa de una empresa tradicional no es solo su estructura, sino su propósito. Una empresa tradicional existe para maximizar utilidades; una cooperativa existe para maximizar beneficios sociales, económicos y humanos para sus asociados. Eso implica reinvertir las utilidades en educación, servicios, bienestar o innovación, en lugar de distribuirlas entre unos pocos accionistas.

Además, las cooperativas tienen un profundo enraizamiento territorial. No son entes que deslocalizan operaciones en busca de menores costos. Nacen de la comunidad, operan para la comunidad y responden ante ella. Esto las convierte en agentes clave de desarrollo local, capaces de generar empleo digno, fomentar la inclusión financiera y brindar acceso a servicios esenciales en zonas donde el sector privado no encuentra incentivos suficientes para operar.

Las cooperativas también promueven una ética del cuidado y la corresponsabilidad. En su interior, se construyen relaciones de confianza, se prioriza la educación para la participación consciente y se cultiva una visión de largo plazo que pone al ser humano y al planeta por encima de los intereses inmediatos.

Por supuesto, operar como cooperativa no es fácil. Requiere una cultura organizacional sólida, liderazgo participativo y una profunda convicción en los valores de solidaridad, equidad y transparencia. Pero quienes pertenecen a una cooperativa saben que su impacto va más allá de lo económico: están haciendo parte de una red que transforma vidas y territorios.

En tiempos donde la desconfianza hacia las grandes corporaciones crece y las personas buscan conectar con causas auténticas, las cooperativas ofrecen una respuesta poderosa: una empresa que no solo vende, sino que construye comunidad. Porque al final, no es solo una empresa. Es una comunidad con propósito.


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