¿Alguna vez te has pensado en cómo te hablas a ti mismo? Las palabras no son solo sonidos que se lleva el viento: son energía, vibración y muchas veces, decisiones inconscientes que impactan directamente tu cuerpo, tu ánimo y tu forma de estar en el mundo.
Lo que te dices cada día, desde un “no puedo” hasta un “yo me encargo”, moldea tu percepción, tu biología y tu energía vital. La ciencia y las prácticas de bienestar más conscientes coinciden en una verdad poderosa: las palabras también sanan… o enferman.
Numerosos estudios han demostrado que el lenguaje no es neutro. Investigaciones en neurociencia y psiconeuroinmunología han identificado cómo las emociones asociadas a ciertas palabras pueden activar o desactivar respuestas en el cuerpo. Cuando te repites constantemente frases como “estoy agotado”, “todo me sale mal” o “no sirvo para esto”, tu sistema nervioso reacciona como si fuera una amenaza real, elevando el estrés, debilitando el sistema inmune y afectando tu energía vital.
Por el contrario, cuando entrenas tu lenguaje interior hacia afirmaciones constructivas, amorosas y coherentes, el cuerpo responde con mayor serenidad, enfoque y bienestar general. No se trata de repetir frases vacías, sino de hablarte desde la compasión y la conciencia.
Así como cuidamos lo que ponemos en nuestros espacios, la armonía de los colores, la energía del feng shui, los objetos que inspiran paz, también podemos "decorar" nuestra mente con palabras que construyan calma. Todo empieza por ser conscientes de lo que decimos, tanto a nosotros mismos como a los demás.
Imagina que tu diálogo interno fuera una casa. ¿Está llena de juicios o de comprensión? ¿De ruido o de claridad? Al igual que elegir un aroma o una planta para armonizar tu hogar, elegir tus palabras puede armonizar tu ser.
Porque lo que dices, también lo siembras en tu cuerpo.
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Fuentes: