El concepto de identidad constituye una fuente permanente de análisis para las ciencias sociales. Desde la perspectiva de género, los acercamientos en torno a la identidad son complejos y problemáticos, lo que no impide que sean apropiados por quienes la conforman para establecer conductas, modos de vida y prácticas individuales y colectivas.
La categoría de identidad es fundamental dentro de la reflexión sobre los asuntos de género, pues tiene implicaciones en el reconocimiento individual y colectivo. Según Taylor (1993), “nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento”, “por la falta de este” (p. 43) y, de manera significativa, por el falso reconocimiento. Para este autor, el reconocimiento no significa únicamente adoptar una actitud de condescendencia o cortesía con ciertas personas o grupos —sean estos culturalmente diferentes o no—. Más bien, el reconocimiento es una “necesidad humana vital” (p. 45), es decir, una condición sin la cual los seres humanos no pueden desarrollarse plenamente.
En ausencia de reconocimiento, los individuos y grupos carecen de expectativas plenas de existencia. Para Hall (2014), tener en cuenta el concepto de identidad es imprescindible para acercarse a los procesos sociales, pues, a través de la identidad, se construyen relaciones con los otros. Desde su perspectiva, “las identidades nunca se completan, nunca se terminan, siempre están como la subjetividad misma: en proceso” (p.352).
Pensar en la identidad de género como un proceso supone entender que esta adquiere sentido en las formas de asimilación cultural, en el diálogo intercultural y en las relaciones con los otros miembros del medio social en el que se vive.
Por consiguiente, es un contrasentido concebirla como una esencia que habita en el interior de los sujetos y los grupos; en cuanto a la construcción continua, es “siempre en parte una narrativa, siempre es parte una especie de representación”, pero nunca “una totalidad sellada ni cerrada” (Hall, 2014, p. 354)
Grimson (2011) señala que las representaciones y conceptualizaciones de la identidad se han transformado, “no solo por los procesos de globalización, sino también por las dinámicas emergentes indígenas, afro, mestizas y regionales desde abajo, que repusieron la distancia entre el territorio jurídico, la cultura en el sentido tradicional y las identidades” (Grimson, 2011, p. 22). En ese sentido, los factores identitarios amplían el horizonte social, político e individual de los actores sociales.
Concebir la identidad como un proceso cambiante, significa reconocer que las dinámicas de género están integradas por diversos contextos, relaciones y narrativas sobre el sentido de la vida y las relaciones sociales, por esto, la perspectiva de la identidad de género se amplifica y se complica la medida en que se aborda de una manera integral.
Referencias