Desde que nacemos, nuestro cuerpo es el medio por el cual nos enteramos de lo que existe en el mundo, y así poder desarrollar muchas habilidades que nos permiten cumplir nuestros sueños. Gracias a nuestro cuerpo, podemos tocar cosas interesantes, percibir olores agradables, degustar los mejores platos, escuchar lo que nos gusta, ver las bellezas que nos rodean, y caminar por parajes de ensueño. Todo esto lo percibe nuestro cerebro, quien es el responsable de informarnos de los detalles que estamos percibiendo. Pero si alguna enfermedad o parásito ataca a ese cuerpo, y le deja secuelas, esas sensaciones que percibimos no se transmiten de manera agradable a nuestro cerebro, haciéndolo interpretar en forma distinta esas sensaciones, causando muchas veces incomodidad, desagrado o sufrimiento.
Tan pronto como observamos esas anomalías, acudimos al neurólogo, para que dictamine la causa de tales anomalías. En mi caso, por ejemplo, mi neurólogo (el ya fallecido doctor Carlos Medina Malo), indicó que todas esas sensaciones eran de origen neurológico, causado por la toxoplasmosis que sufrí antes de nacer. Según el sitio web MedlinePlus, la toxoplasmosis es una enfermedad causada por el parásito toxoplasma gondii.
Más de 60 millones de personas en Estados Unidos tienen este parásito. La mayoría de ellas no se enferma, pero el parásito causa serios problemas en algunas personas. Entre ellas se incluyen las personas con sistemas inmunitarios debilitados y bebés de madres que contrajeron la infección durante el embarazo. Los problemas pueden incluir lesiones en el cerebro, los ojos y otros órganos.
Dicha toxoplasmosis ocasionó no solamente mi baja visión, sino también trastornos sensoriales y de percepción, lo cual provocó daños en mis sentidos, y que de ello se desencadenara una gran hipersensibilidad en mi cuerpo. La hipersensibilidad se refiere a la excesiva o inadecuada respuesta a un estímulo. En otras palabras, mi cuerpo quedó demasiado sensible ante varias sensaciones que para muchos son normales, pero que para mí son mortificantes o dolorosas.
Este tipo de cosas puede afectar nuestra vida diaria. Puede provocar que al peinarnos no sea agradable el paso del peine por nuestro cuero cabelludo, ocasionando la sensación parecida a un corrientazo (o neuralgia), por lo que no nos sentimos agradados ante esta actividad.
También puede provocar que los médicos tengan dificultades en examinarnos porque podemos no tolerar que nos toquen el área sensible, o que no se puedan introducir elementos para mirar el interior del órgano afectado.
Un ejemplo sencillo de esto es cuando me examinan la garganta. Mi cerebro no tolera percibir la presencia del baja lenguas, así que le ordena a la lengua que se mueva para rechazar el objeto. Esta situación impide un examen detallado de la garganta. Y si así es con la garganta, puede suceder con otros órganos del cuerpo.
Muchos médicos, ante estas situaciones, no saben qué hacer, provocando a veces mal humor, o la creación de falsos conceptos, ya que pueden llegar a creer que el problema es de comportamiento, o que el paciente no colabora. Esta situación la tienen que enfrentar más a menudo los niños, ya que aún no tienen la capacidad de expresar y analizar lo que sienten.
Otra dificultad es el hecho de poder desarrollar tareas básicas, tales como cortarnos las uñas de los pies, o cocinar. En mi caso, la intolerancia al calor y al frío provoca que mi cerebro llegue a un punto límite, utilizando la sensación de corrientazo (o neuralgia) como señal de molestia. En lo referente a las uñas de los pies, debo recurrir a un anestésico tópico y a un sedante para que el procedimiento no sea tan tortuoso.
Pero el punto más crítico de esta situación es la comprensión y el conocimiento del problema por parte del afectado y de los que están a su alrededor. Muchas veces, al no tener claridad sobre el problema, se presentan momentos de incomprensión, bajo el pretexto de que es por llamar la atención, falta de madurez, o que la persona puede hacer la actividad sin problema alguno.
● Si el trastorno sensorial se presenta en la infancia, los padres deben investigar su causa junto con el médico neurólogo. De esta manera, el especialista les indicará los pasos a seguir y los medicamentos adecuados según el caso.
● Deben tener en cuenta, a su vez, que la mayoría de los trastornos sensoriales no tienen cura, así que es importante la aceptación y la tolerancia hacia los momentos en los que la persona manifieste su incomodidad, torpeza, o aversión a enfrentar la situación.
● Es importante tener un buen ámbito comunicativo con la persona afectada, invitándola a que exprese lo que siente. Y si es un niño, observar sus reacciones para así entender en qué momento le incomoda lo que siente, en qué instantes no se produce la molestia, y hasta qué punto puede aguantar la sensación.
● Es importante asistir a los controles periódicos con el especialista, ya que esto permite un mejor conocimiento del tema, y del por qué la persona se comporta de cierta manera, o tiene dificultades al desempeñar una labor, o tolerar las sensaciones que se produzcan durante la actividad.
● Es importante que las escuelas de medicina contemplen dentro de su plan de estudios este tipo de temas, ya que a sus consultorios puede llegar un paciente con trastorno sensorial, y es ahí donde se requiere de estrategias para poder examinarlo y tratar su dolencia.