Muchos por estos días hemos escuchado el término “alternancia”. Este hace referencia a las veces que
intercalamos la educación virtual con la presencialidad en las aulas de clase, pero ¿cómo lograr el mix
ideal de una forma de educación a la cual adaptarnos fue más que obligatorio?
Lo bueno
Una las bondades de la presencialidad vs virtualidad,
es la dinámica de aprendizaje, la forma en la cual la
pedagogía está transformando sus procesos de
enseñanza, llevando así a la construcción de
nuevos ideales de educación por parte de los
docentes, sin dejar de un lado la tecnología, las
nuevas experiencias e intereses de los alumnos
construyendo así un gran potencial de conocimiento,
sin contar con la eficiencia que ha demostrado la
virtualidad en tiempos de desplazamiento y dinero
para quienes dejan a su favor ese factor.
Lo malo
Para muchos, la virtualidad es un factor que nos
acompañará por mucho tiempo, la falta de
interacción y el reemplazo de la presencialidad no es
algo a lo que muchos hayan logrado acostumbrarse
en medio de la coyuntura por el COVID 19.
Muchas prácticas profesionales fueron puestas en
pausa, debido a que la virtualidad no es factible en
algunos rubros académicos, como las ingenierías o
ciencias de la salud, entre otras.
Así mismo, otra
limitante es que algunos docentes no cuentan con la facilidad y la destreza virtual para adaptar sus contenidos
académicos a esta nueva forma de aprendizaje, al tiempo que algunos estudiantes reiteran que aprenden más
viviendo la experiencia con sus compañeros que virtualmente en solitario.
Lo feo
La gran brecha económica y de clases sociales a
nivel nacional, ha hecho un gran eco en cuanto a la
educación virtual, el poco conocimiento que puede
tener la población sobre virtualidad, así mismo de
dispositivos y aplicaciones, hacen que tanto el
estudiante como su circulo familiar tengan una baja
percepción sobre esta forma de educación.
Sin olvidar mencionar, los constantes riesgos a los
cuales se exponen los menores, que en la actualidad
usan dispositivos móviles sin la supervisión de un
adulto, haciéndolos vulnerables ante el
cyberbullying, sexting, como el compartir datos
privados y ser víctimas de contenido inadecuado.