En el camino hacia la vivienda propia, existen diferentes alternativas de financiamiento. En los últimos años, el leasing habitacional ha ganado terreno frente al crédito hipotecario tradicional, convirtiéndose en una opción atractiva para quienes desean acceder a un inmueble con condiciones más flexibles.
Aunque ambos mecanismos buscan el mismo objetivo: adquirir una vivienda, sus características marcan diferencias que pueden resultar decisivas según el perfil y las metas de cada persona.
El leasing habitacional funciona de manera similar a un arriendo con opción de compra. Durante un plazo determinado, la entidad financiera mantiene la propiedad del inmueble mientras el cliente paga una cuota mensual que incluye canon de arrendamiento y abono a capital. Al finalizar el contrato, el usuario puede decidir si adquiere la vivienda pagando el valor residual o si renuncia a la compra. En contraste, con el crédito hipotecario tradicional la persona se convierte en propietaria desde el inicio, comprometiéndose a pagar una deuda respaldada por una hipoteca sobre el inmueble.
Una de las principales ventajas del leasing es que no exige cuota inicial tan alta como la de un crédito hipotecario, lo que lo hace accesible para quienes aún no cuentan con grandes ahorros. Además, suele ofrecer beneficios tributarios, pues los cánones pagados pueden ser deducibles de la base gravable en algunos casos. Esto se traduce en un alivio para el bolsillo, especialmente en las primeras etapas de la vida laboral, cuando los ingresos aún se están consolidando.
Otra diferencia importante es la flexibilidad en la decisión final. Con el leasing, al terminar el contrato existe la posibilidad de comprar el inmueble o de optar por otro, lo que resulta conveniente si las circunstancias personales cambian: mudanzas, crecimiento familiar o ajustes en la capacidad de pago. En contraste, el crédito hipotecario implica un compromiso más rígido y de largo plazo, lo cual puede representar un reto en contextos económicos cambiantes.
El leasing también suele permitir cuotas iniciales más bajas y plazos competitivos, lo que brinda un alivio financiero en comparación con las exigencias de un crédito hipotecario tradicional. Sin embargo, es importante tener en cuenta que, durante la vigencia del contrato, la propiedad legal de la vivienda no está en manos del arrendatario, sino de la entidad financiera. Por ello, antes de elegir entre una u otra opción, resulta clave evaluar las metas a largo plazo, la capacidad de pago y la proyección personal o familiar.
Más allá de la modalidad elegida, lo esencial es contar con información clara y acompañamiento experto para tomar la mejor decisión. Entidades como Coomeva ponen al alcance de sus asociados orientación financiera, programas de educación y soluciones integrales que facilitan el acceso a vivienda y fortalecen el bienestar familiar. Porque tener casa propia no es solo un sueño: con planificación y el respaldo adecuado, es una meta alcanzable.
Referencias:
• Asobancaria. (2023). Informe sobre el sistema de financiación de vivienda en Colombia.
• Superintendencia Financiera de Colombia. (2024). Guía de productos financieros para vivienda.